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UN ATARDECER EN PANAMÁ




El día estaba llegando a su fin, por lo que dejé mi cómodo sofá amarillo, y me fui a sentar en la terraza de un hotel de la localidad con la intención de tomar un refresco y extasiarme con la puesta del sol.


Desde donde me encontraba sentada, podía ver como el sol se iba ocultando en el horizonte, entre las tranquilas aguas del Pacífico.


La paz, el silencio y la belleza del paisaje ayudaron a la oración.


¿Cuantas veces le damos gracias a Dios por tan magna belleza? ¿Cuantas veces somos conscientes de la hermosura de un hecho rutinario pero siempre diferente?.


Estamos asombrados, enorgullecidos, de las ciencias que nos van dando la clave del mundo y los medios para dominarlo. En el principio de la humanidad, el hombre recibió un mandato:


“Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra.” (Gen. 1:28)


Y ya no nos contentamos con la tierra que pisamos, ahora el hombre apunta y llega a la Luna y, hasta a los planetas. Pronto serán las galaxias la meta de sus aspiraciones.


Sin embargo, cada día nos poseemos menos a nosotros mismos. El trabajo indispensable, la obligación ineludible, nos exprimen y nos esclavizan. El propio yo apenas si tiene voz.


Los griegos, grandes maestros en tantas disciplinas, nos enseñaron el valor del ocio, que ellos se tomaban abundantemente en sus plazas y anfiteatros. Y esto cuando no existían automóviles, ni motores, ni radios ni televisión.


Pensando en ello, me concedí ese tiempo de soledad, de silencio, de aire limpio, de contacto con ese paisaje hermoso y generoso donde se inspiran tantos artistas, pintores, y poetas… El agua, el viento, donde los pajaritos, rumorean, silban y cantan de balde… Sólo piden un oído atento y un alma sensible.


Hoy, nadie me quitará haber gozado de la calma de un atardecer maravilloso. Mañana, seguramente atenderé con mayor entusiasmo todo lo que me depare el día, porque sé que al finalizar el mismo, se repetirá de nuevo esa sinfonía de colores frente a todos, pero que, muy especialmente la sentiré como propia.



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